miércoles, 4 de marzo de 2020

El exterminio de tres legiones romanas que sumió en la locura al emperador Augusto. 2º ESO

ABC HISTORIA
Manuel P. Villatoro

En el año 9 d.C., los germanos al mando de Arminio acabaron con 15.000 soldados enemigos. La debacle fue de tales dimensiones que el emperador se negó a afeitarse y cortarse el pelo durante meses.



Legiones romanas aniquiladas por los germanos. ABC

Zambullirse en la mente de un tipo que pisó la tierra hace más de dos mil años es una tarea ardua donde la haya. Si ya cuesta, a veces, empatizar con un interlocutor más molesto de lo habitual, parece inútil intentar hacer lo propio con un desquiciado Nerón o con un delirante Calígula. Misión (cuasi) imposible. Aunque, como sentencia un refrán ideado para justificar los errores, siempre existe alguna excepción que confirma la regla. La de hoy es la de Augusto, el emperador de Roma. No hay que estar dotado de una imaginación como la de Georges R. R. Martin (permitan a este redactor de historia este símil seriéfilo cuando apenas queda una semana para el fin de una de sus series predilectas) para entender qué diantres se le pasó por la cabeza cuando le informaron de que tres de sus legiones en Germania -al mando de Publio Quintilio Varo- habían sido reducidas a cenizas por los «bárbaros» en el 9 d.C.
Si no pueden palpar la desesperación de un emperador que jamás había visto una debacle tal, basta con replicar las palabras que dejó sobre blanco el historiador, cronista (y lo que se terciara) Gayo Suetonio. En su «Vida de los doce Césares» afirmó que, tras conocer la noticia de la destrucción de las tres legiones en octubre, el mandamás enloqueció y, durante meses, se negó a afeitarse cortarse el pelo; evitó personarse en cualquier acto público; se dio múltiples cabezazos contra las paredes y repitió a gritos, una y otra vez, la misma frase: «¡Quintilio Varo, devuélveme mis legiones!». Cuentan que lloró por los soldados como si hubieran sido hijos suyos. En definitiva, y según las palabras del historiador del siglo XVIII Edward Gibbon, «no recibió las melancólicas noticias con toda la templanza y firmeza que podría haberse esperado de su carácter». Un mal día.

Gibbon fue duro en exceso. Al fin y al cabo, y según narra Jesús Hernández en «¡Es la guerra! Las cien mejores anécdotas de la historia militar», el conocido como 'desastre de Varo' (la historia señaló así al general) fue el primero de tal severidad que sufrieron las míticas legiones romanas. Las mismas que se habían convertido en el terror de los pueblos bárbaros gracias a sus tácticas en batalla. Por ejemplo, la formación en «testudo», que ha llegado hasta nuestros días como la «tortuga» gracias a los populares Asterix y Obelix. Pero no nos desviemos del tema y hagamos la pregunta del millón de sestercios: ¿Por qué le escoció tanto aquella derrota? Más allá de la mera aniquilación de sus hombres (que ya es...) los germanos se cebaron con el derrotado. Después de engañar a sus enemigos para que se adentraran en un bosque tan espeso como peligroso, aniquilaron a la mayoría y, al resto, les quemaron vivos.

Varo contra Arminio

Empecemos por donde comienza toda buena historia: por el principio. Corría el siglo I d.C. en el nuevo y flamante Imperio romano. La calidez del orden parecía copar todas las regiones anexionadas a golpe de gladius. Desde la Galia hasta Ponto. No obstante, también existían lugares donde los vientos de la guerra soplaban con fuerza. Germania era uno de ellos. Narra Hernández que, por entonces, «los pueblos germánicos ocupaban las zonas fronterizas del imperio, al este del Rin y al norte del Danubio, y se veían obligados a pagar un tributo al emperador Augusto». Los impuesto, que no suelen agradar demasiado, soliviantaron los ánimos de aquellas tribus, por lo que el mandamás decidió enviar a uno de sus generales, Publio Quintilio Varo, hasta la región para asegurar el buen orden. A su mando se pusieron cinco legiones; según explica Stephen Dando-Collins en su magna «Legiones de Roma», dos en el Alto Rin y tres en el Bajo Rin.
Augusto
Augusto
Augusto quizá eligió a su general de forma errónea. Ya lo dejó escrito Veleyo Patérculo, uno de los oficiales romanos que conocieron en persona al propio Varo. Este definió al militar en sus textos como un hombre de unos sesenta años que había demostrado tener «buen carácter y buenas intenciones» durante su gobierno en Siria. Una persona «de talante tranquilo», en definitiva. Pero esas características no le dotaban, sin embargo, de las capacidades necesarias para dirigir una gran fuerza y enfrentarse a las versadas tribus germanas. De hecho, para el año 9 d.C., cuando llegó la hora del frío acero, se había «habituado más al ocio del campamento que al auténtico servicio de la guerra» y apostaba en exceso por la diplomacia y poco por la espada. Desde que arribó a Germania en el año 6 d.C. «llegó a considerarse a sí mismo como un pretor urbano que administraba justicia en el Foro y no como un general al mando de un ejército en el corazón de Germania».
Frente a él, Varo se encontró con su antítesis: un jefe local que -según dejó escrito el mismo Veleyo- se había cambiado el nombre de Hermann Arminio. Un hombre que el cronista definió en sus obras como un «joven de noble cuna», «valeroso en la acción», «de mente despierta» y que «mostraba en el rostro y en los ojos el fuego que ardía en su mente». Él, al igual que su hermano Flavo, conocía a la perfección la forma de combatir de las legiones romanas porque había luchado junto a ellas durante años. Incluso había recibido una infinidad de condecoraciones tras haber prestado servicio con Tiberio en el Rin. Según el historiador y senador de época Cornelio Tácito, este líder sirvió al emperador con un cargo equivalente al de prefecto y fue uno de los grandes amigos de Quintilio hasta el mismo año 9. «Era su eterno compañero y a menudo compartía su mesa a la hora de cenar», explica. Sin embargo (lo que son las cosas) la tierra le pudo más que la camaradería y, en secreto, orquestó junto a otros presuntos aliados de Roma un plan para destruir al opresor.
«Varo se había habituado más al ocio del campamento que al auténtico servicio de la guerra»
Veleyo no fue excesivamente duro en sus textos contra el traidor Arminio y sus generales (supuestos aliados de Augusto). Contra quien si se deshizo en improperios fue contra Varo. «Ese joven convirtió la negligencia del general en una oportunidad para la traición». Según explicó, «intuyendo sagazmente que nadie podía ser vencido más deprisa que el hombre que nada teme», se mostró amigable con el confiado oficial hasta que tuvo los suficientes apoyos como para organizar una revuelta de importancia contra Roma. Ese momento llegó en el año 9, cuando decidió dar una sorpresa terrible a sus enemigos. Aunque, eso sí, en un lugar en el que pudiera vencer, pues de tonto no tenía un pelo. «Atrajo a tres de las cinco legiones hasta un territorio que él conocía muy bien, el bosque de Teutoburgo, situado entre los ríos Ems Weser», añade Hernández. Lo hizo mediante otros tantos generales que convencieron al militar de que se había producido un levantamiento en el norte, y de que los rebeldes se hallaban en aquella arboleda.

Bosque maldito

Dando-Collins explica, de forma pormenorizada, las fuerzas de Varo en su obra:
«Se calcula que las tres legiones ascenderían a un total de unos diez mil hombres. La columna también incluía mil quinientos jinetes auxiliares y tres mil soldados de infantería auxiliares. Como en un ejemplo de libro, al estilo romano, esta fuerza de unos catorce mil quinientos hombres habría sido dirigida hacia las montañas Weser por la caballería y los auxiliares, guiada por germanos que habían sido enviados para llevar al ejército romano hacia la trampa de Arminio. Tras las tropas, venían las partidas de construcción de caminos de los romanos. En la vanguardia de la columna cabalgaba el propio comandante en jefe con su Estado Mayor y su guardia montada. Probablemente, les seguían dos legiones, precediendo la larga columna de bagaje de Varo».
Despedida de Arminio
Despedida de Arminio
Arminio, por su parte, se adentró tenso en el bosque con las tribus que se habían unido a él y eligió un lugar inmejorable para perpetrar su trampa: una zona de estrechos desfiladeros que impedían el avance de la caballería e imposibilitaban que los legionarios adoptaran sus formaciones de batalla. Por si fuera poco (nunca lo es) los dioses a los que veneraban les regalaron una llovizna que embarró el terreno y, además de colmar los ánimos de sus enemigos, hizo intransitables los caminos. Pintaban bastos para los de Quintilio Varo...
La emboscada comenzó cuando los romanos llegaron a este punto. De la nada, cientos de guerreros germanos se ubicaron a ambos lados del desfiladero y comenzaron a arrojar sobre las legiones una lluvia de piedrasproyectiles y -en definitiva- cualquier cosa que tuvieran a mano. Así lo dejó escrito Dión Casio. Les cazaron todavía con sus aperos a cuestas. Rápidamente, los de Varo tiraron al suelo sus efectos personales y levantaron el escudo. Acababa de empezar la peor fiesta de sus vidas. Según Hernández, trataron de adoptar la formación en «testudo» para protegerse, pero los germanos -como si de guerrilleros de los Montes de Toledo se tratasen- se retiraban a la velocidad del rayo para, acto seguido, atacar desde otra dirección. «Inferiores en número a sus asaltantes en todos los puntos de ataque, sufrieron terriblemente y no pudieron ofrecer resistencia», explicaba el mismo Casio.
Así continuó la contienda durante horas, hasta que la noche obligó a los soldados de Arminio a detener aquel acoso. Los sorprendidos romanos, por su parte, se limitaron a atrincherarse lo mejor que pudieron y pasar la noche allí. A la mañana siguiente el infierno continuó. Varo ordenó a sus hombres desperezarse pronto para seguir avanzando y salir de aquel bosque maldito. No sirvió de nada. Ni siquiera abandonar y quemar los carros de víveres que llevaban consigo para viajar más rápido les valió. Los germanos les siguieron acosando. No había respiro. Los proyectiles, el barro, la lluvia, el miedo... La desesperación por todo ello hizo que, con todo su pesar, el oficial ordenara la retirada.
La desesperación cundió y cada soldado se propuso escapar por sí mismo para poder salvarse. «Numorio Vala, el comandante de la caballería, abandonó al resto de la columna e intentó salir del bosque con sus jinetes, peor no lo consiguió. Los germanos le masacraron», añade Hernández. En medio de aquel desastre, Arminio ordenó un ataque masivo contra el corazón de las fuerzas romanas. La infantería cayó entonces víctima de la confusión. Durante dos días, las fuerzas se midieron en un combate a muerte. Varo, por su parte, fue herido y prefirió suicidarse. «¡Mátame ahora mismo!», le espetó a uno de sus subordinados.
Todo acabó poco después. Miles de soldados murieron, y los capturados fueron ejecutados o quemados vivos en grandes piras. Los germanos destrozaron los estandartes contrarios y escupieron sobre las sagradas águilas (una afrenta más dolorosa incluso que la derrota para un militar). Por ello, cuando la noticia llegó a Augusto, este enloqueció. «¡Quintilio Varo, devuélveme mis legiones!». Pero estas ya se habían perdido para siempre.
Pinchando en el enlace se accede al reportaje.

Desvelan algunos de los secretos de la misteriosa civilización del Valle del Indo. 1º ESO

ABC CIENCIA
Patricia Biosca

Un estudio muestra por primera vez el genoma completo de una mujer que perteneció a este pueblo, que rivalizó en importancia con Egipto, China y Mesopotamia.


El primer genoma secuenciado de un yacimiento arqueológico asociado con la antigua civilización del Valle del Indo provino de esta mujer enterrada en la ciudad de Rakhigarhi. - Vasant Shinde / Cell


Todo el mundo conoce algo de historia sobre el antiguo EgiptoMesopotamia o la civilización china: se estudian en el colegio, se han escrito libros e incluso rodado películas y series -más o menos fiables y acertadas- ambientadas en estas sociedades. Sin embargo, pocos conocen que existió un asentamiento que rivalizaba en importancia con todas estas culturas de la época y que, a pesar de su olvido, fue la más extensa de todos los asentamientos antiguos. Se trata de la civilización del Valle del Indo, que ahora vuelve a resurgir gracias a la magia del ADN.
Sobrevivió varios milenios (los expertos fechan su vida en la Edad del Bronce, entre el 3.300 y el 1.300 a. C), utilizó la agriculturala ganadería, la metalurgia y la alfarería, y abarcó un territorio de más de un millón de kilómetros cuadrados alrededor del río que le da nombre, pero pocos son los vestigios que se conservan hoy día. Los restos más importantes se encuentran en las antiguas ciudades de Mohenjo-Daro, en Pakistan, y Rakhigarhi, cerca de Nueva Delhi, aunque los asentamientos fueron expoliados durante los siglos XIX y XX. Los saqueadores, junto con el clima cálido y fluctuante de la zona, con crecidas del Indo, se ha convertido en la mezcla perfecta que ha propiciado la degradación y el olvido de la llamada civilización Harappa.
«La cultura Harappa fue una de las primeras civilizaciones del mundo antiguo y una importante fuente de cultura y tradiciones indias y, sin embargo, ha sido un misterio cómo dejó tanta huella en las culturas posteriores y cómo se relacionó con sus contemporáneos», afirma el arqueólogo Vasant Shinde, del Deecan College (India). Él junto al genetista David Reich, de la Universidad de Harvard, y un equipo internacional acaban de desentrañar el genoma del primer ciudadano conocido del Valle del Indo, una investigación que se acaba de publicar en « Cell» y que arroja luz sobre este desconocido pueblo.

Tarea titánica

La tarea no fue sencilla: los restos humanos estaban tan degradados por las condiciones de la zona que encontrar una pequeña muestra viable de ADN «ha sido todo un desafío», afirma Reich. Después de recabar 61 muestras de la vieja ciudad de Rakhigarhi y de 100 intentos, el laboratorio por fin encontró una pequeña muestra viable de una mujer que vivió hace cuatro o cinco milenios en aquella perdida civilización. Además, las tentativas no fueron en balde: «Aunque cada uno de los intentos no produjo suficiente ADN, su agrupación resultó ser muy provechosa para aprender sobre la historia de la población», asegura el investigador.
Una vez obtenidos estos datos, se cruzaron con los obtenidos en otro estudio que se acaba de publicar en « Science» y que es el análisis más amplio de ADN antiguo de Asia central y del sur llevado hasta la fecha. Entre los más de 500 individuos analizados por la investigación de «Science», tan solo once que vivieron en lo que ahora es Irán y Turkmenistán concidían con la mujer de Rakhigarhi. Los investigadores creen que podrían ser emigrantes de esta cultura.

Un rastro genético único

Antes del estudio, existían muchas teorías sobre los orígenes genéticos de los moradores del Valle del Indo. «Podían parecerse a los cazadores-recolectores del sudeste asiático o a los iraníes; incluso podrían estar emparentados con los pastores esteparios. Todos eran plausibles antes de los antiguos hallazgos de ADN», afirma Reich. Al final la huella genética demostró que se trata de una mezcla única entre las dos primeras posibilidades: ascendencia relacionada con los cazadores-recolectores del sudeste asiático y con antiguos iraníes.
Se trata de un rastro genético que también está presente en los asiáticos del sur modernos, lo que lleva a pensar a los investigadores que las personas de la cultura del Valle del Indo son sus antepasados más comunes. «Este hallazgo vincula a las personas en el sur de Asia hoy directamente con la civilización del Valle del Indo», señala Reich. Aunque las huellas visibles de esta cultura se han perdido en el tiempo, su marca queda en los genes de sus descendientes.

El misterio de la agricultura

Los hallazgos también ofrecen una visión sorprendente de cómo la agricultura llegó al sur de Asia. Una visión dominante en arqueología ha sido que las personas de la Media Luna Fértil de Medio Oriente, hogar de las primeras evidencias de la agricultura, se extendieron por la meseta iraní y desde allí hasta el sur de Asia, trayendo consigo la revolucionaria práctica. Los estudios genéticos hasta la fecha parecían agregar peso a esta teoría al mostrar que la ascendencia relacionada con Irán era el mayor contribuyente a la ascendencia en los asiáticos del sur.
Pero este nuevo estudio muestra que el linaje de ascendencia relacionada con Irán en los modernos asiáticos del sur se separó de los antiguos agricultores, pastores y cazadores-recolectores iraníes antes de la invención de la agricultura en la Media Luna Fértil. Por lo tanto, la agricultura se reinventó localmente en el sur de Asia o se alcanzó a través de la transmisión cultural de ideas en lugar de a través del movimiento sustancial de los agricultores iraníes occidentales.
Pero todos estos datos son solo el principio: «La cultura Harappa construyó una civilización antigua, compleja y cosmopolita, y sin duda hubo una variación que no podemos detectar analizando a un solo individuo (...) Pero las ideas que surgen de esta antigua persona demuestran la enorme promesa de los antiguos estudios de ADN del sur de Asia y su potencial para transformar nuestra comprensión de la profunda historia del subcontinente», explica Shinde. Es decir: el ADN antiguo aún guarda la llave.

El asesinato a «bayonetazos» de Caballo Loco, el jefe indio que humilló al 7º de Caballería. 4º ESO

ABC HISTORIA
Manuel P. Villatoro

El 5 de septiembre de 1877, el jefe indio que venció al Séptimo de Caballería en Little Big Horn fue traicionado y murió a manos del Ejército de los Estados Unidos.


abc


Un genio militar que logró vencer a Custer en Little Big Horn (una batalla acaecida el 25 de junio); un líder carismático que dirigió a sus hombres contra los «wasichus» (hombres blancos) que querían conquistar las tierras de los pieles rojas y, además, un bravo guerrero que se lanzaba contra sus contrarios al grito de «¡Hoka Hey!» («¡Hoy es un buen día para morir!»).
Caballo Loco fue un jefe indio que cambió la historia de los Estados Unidos al infligir al país una de las mayores derrotas del Siglo XIX. Sin embargo, no murió como un bravo guerrero debe y como él hubiera querido: combatiendo hasta desfallecer contra sus enemigos. Por el contrario, dejó este mundo un 5 de septiembre de 1877 después de que un soldado del ejército norteamericano le clavara una bayoneta a traición, y por la espalda.

El potro se hace caballo

Caballo Loco vino al mundo en los territorios que hoy ocupa Dakota del Sur (al norte de los Estados Unidos) en 1842. Su infancia fue controvertida pues, como explica el divulgador histórico Gregorio Doval en su obra « Breve historia de los indios norteamericanos», su madre falleció cuando él no era más que un niño. Fue entonces cuando su padre (un «hombre medicina» llamado también Caballo Loco) decidió tomar en matrimonio a su hermana para que el pequeño no creciese solo. Con todo, a nuestro protagonista no le afectó el destino de su progenitora y creció sano y fuerte. «Antes de cumplir los doce años ya había matado su primer búfalo y montaba su primer caballo», explica Doval.
Durante aquellos años fue testigo de algunas de las matanzas más cruentas que el ejército norteamericano perpetró contra los indios con el objetivo de que abandonaran los territorios en los que habían vivido desde siempre y se encerraran en reservas. «Con dieciséis años adoptó el nombre de su padre y participó por primera vez como guerrero en una incursión exitosa, pero en la que fue herido en una pierna», completa el experto. A partir de ese punto Caballo Loco se fue ganado la lealtad de su tribu a base de arco y hacha, pues demostró su valor y su valía como guerrero primero, y general después, en todo tipo de combates contra los norteamericanos.
Sin embargo, su gran victoria se sucedió en Little Big Horn (batalla cuyo aniversario se celebrará mañana). Aquel día, un Caballo Loco convertido ya en jefe de los siouxs oglala acabó, junto a Toro Sentado, con el Séptimo de Caballería del mal llamado general Custer (pues era teniente coronel). Un hombre enviado por los EE.UU. para obligar al jefe indio a pasar el resto de su vida lejos de territorios que, desde siempre, habían sido de su tribu. Con todo, lo cierto es que Cabellos Largos (como le conocían los nativos) no solo no consiguió vencer a aquellos pieles rojas, sino que murió con sus hombres tras lanzarse como un verdadero cafre con poco más de 200 jinetes contra 1.200 nativos.

La derrota tras la victoria

Sangre y balas para los indios que asesinaron a Custer. Tras la derrota de Little Big Horn Estados Unidos comenzó una campaña de venganza contra los nativos que habían acabado con la vida de Cabellos Largos. Una tormenta de muerte apoyada por la población, ávida de sangre, y realizada con la excusa de confinar a los nativos en reservas. Como ya había sucedido meses atrás, las persecuciones y matanzas de pieles rojas se generalizaron.
No importó demasiado a la ciudadanía -poco ducha en táctica militar- que el oficial se hubiese lanzado de bruces y sin ninguna posibilidad contra un poblado que superaba ampliamente a su Séptimo de Caballería. Los norteamericanos, el ejército. y el gobierno de las barras y estrellas querían derramar sangre para desquitarse. Por eso fue por lo que el gobierno ordenó a oficiales como el general George R. Crook o el Coronel Miles (más conocido como Chaqueta de Oso Miles) que se dedicasen a hostigar durante meses a todo aquel con penacho de plumas que se cruzara frente a sus fusiles.
Perseguidas y apaleadas, a muchas tribus indias no les quedó más remedio que marcharse de sus casas y convertirse en nómadas. Casi se podría decir que el remedio fue peor que la enfermedad pues, con la llegada del frío, se hizo imposible para jefes como Caballo Loco dar de comer a sus hombres, mujeres y niños. Gregorio Doval señala en su obra lo difícil que fue durante ese tiempo para los indios conseguir alimentos. El historiador estadounidense Dee Brown es de la misma opinión, la cual hace patente en « Enterrad mi corazón en Wounded Knee» al señalar que el «frío y el hambre se habían hecho insoportables».

La primera traición

Al final, la falta de un trozo de carne que llevarse a la boca, el insoportable viento gélido que en aquellas fechas les helaba los huesos, la escasez de municiones con las que enfrentarse a los contrarios, y las promesas de sus enemigos de que solo querían parlamentar, hicieron que Caballo Loco se dejase convencer por sus consejeros y aceptase reunirse con los casacones para pactar una solución a aquella persecución malsana que iba a acabar con su tribu. Para entonces, de hecho, no le parecía tan mala la idea de que les cediesen una reserva.
Lo cierto es que Caballo Loco no estaba del todo conforme con la decisión de parlamentar la posible retirada de su pueblo, pero no le quedó más remedio que hacerlo, por lo que se preparó para llamar a la puerta -bandera blanca en mano- del mismísimo campamento del coronel Miles. «Ocho fueron, entre jefes y guerreros, los que se prestaron voluntarios para acudir al fuerte con bandera de parlamento», explica Brown.
Expuesto y sabiendo que podía ser aniquilado, Caballo Loco se personó junto a sus hombres frente a las puertas de la plaza. Y todo parecía ir bien... hasta que unos mercenarios (indios como ellos, por cierto, pero a las órdenes de los «hombres blancos») les vieron llegar y les tirotearon como si se trataran de conejos. Cinco de los hombres del séquito se fueron con el Gran Espíritu (murieron baleados, vaya), pero nuestro protagonista tuvo suerte y logró salir ileso. A partir de ese momento, la poca fe que le quedaba a este jefe indio se esfumó. Aquellos bigotones no eran gente de fiar, por lo que decidió que lo que le tocaba era volver al campamento, hacer el petate, y poner pies en polvorosa.

Su última batalla

Pero Miles no estaba dispuesto a dejar escapar a Caballo Loco, un líder cuya importancia era crucial para la moral de los nativos, así que llamó a sus hombres para perseguir a los indios y acabar con ellos de una vez.
«El militar les dio alcance el 8 de enero de 1877 en Battle Butte. Caballo Loco apenas tenía munición para defenderse, pero contaba con algunos jefes guerreros extraordinarios que, recurriendo a sus argucias y audaces tácticas, lograron extraviar primero, y castigar después, a los soldados mientras el grueso de la fuerza india ponía tierra de por medio atravesando las Wolf Mountains», explica Brown.
Durante esa batalla, la última de este jefe indio, sus hombres lograron que el pomposo ejército de los Estados Unidos se retirase a base de arcoflechas ingenio (pues la munición era algo escasa). Con todo, el frío también ayudó a que Miles saliese por piernas y se dirigiese hacia su campamento. Había sido traicionado por el hombre blanco pero, al final, Caballo Loco había salido victorioso.

La rendición de un héroe

Pie sobre pie, y todavía con 900 siouxs oglala junto a él, Caballo Loco logró llegar hasta el noroeste de los Estados Unidos, a las tierras del río Powder. Una zona que podría haber sido idílica para él de no ser porque el Ejército de los Estados Unidos andaba pisándole los talones descalzos. Las semanas siguientes continuaron entre el hambre, el frío y la desesperación para los nativos. Y todo ello, aderezado con los tejemanejes que se traía el general Cook quien, al ver lo que le estaba costando acabar con aquellos siouxs, ofreció grandes ventajas políticas a otros jefes indios a cambio de que convenciesen a Caballo Loco, de una santa vez, de que lo mejor era rendir las armas y retirarse a una reserva.
La efectividad de su llamada fue innegable, pues algunos líderes tribales como Cola Moteada o Nube Roja trataron de hallarle para convencerle de que, a pesar de todo, el hombre blanco no era tan malvado como parecía. Nube Roja fue el que encontró a Caballo Loco y le transmitió que, a pesar de que el general Crook estaba hasta el sombrero de él, le ofrecía una retirada honrosa en una reserva cerca del río Powder.
«Los 900 oglalas supervivientes se estaban muriendo de hambre […] los guerreros carecían de munición y los caballos parecían sacos de huesos. La promesa de una reserva en el territorio del Powder era todo cuanto hacía falta para que, por fin, Caballo Loco ofreciera su capitulación», explica Brown. La oferta fue demasiado tentadora para el líder indio, que terminó pasando por el aro y rindió el hacha el 5 de mayo de 1877 en Fort Robinson. «El último de los jefes guerreros de los sioux acababa de convertirse en un indio más de las reservas; desarmado, sin caballo, sin autoridad sobre los suyos y prisionero de un ejército que jamás había logrado vencerle en el campo de batalla», completa el experto. Lo cierto es poco más podía hacer.

La reserva debida

Capitular ante el hombre blanco no terminó con las penurias de Caballo Loco. Y es que, el paso de las semanas demostró al jefe indio que Crook no tenía demasiadas intenciones de darle, ni a él ni a su tribu, una reserva en la que asentarse en el territorio prometido. De hecho, el general terminó obligando a los siouxs oglala a asentarse en un campamento cercano a su fuerte para tenerles controlados.
Aún así, a partir de entonces el feroz guerrero se mantuvo fiel al acuerdo al que había llegado con aquel sujeto ataviado con tres estrellas y procuró que sus hombres no participaran en escaramuzas contra el ejército de los Estados Unidos. Con todo, de tonto no tenía una pluma del penacho y, en palabras de Doval, sus esperanzas de que el militar cumpliera con los dicho no tardaron en desvanecerse en el aire. «Caballo Loco hacía caso omiso de todo cuanto le rodeaba; él y sus hombres vivían solo pensando en el día en que Tres Estrellas Crook cumpliera su promesa», determina Brown.
La situación llegó a ser tan tensa que Crook (desconocemos si para ganar tiempo o no) ofreció a Caballo Loco viajar hasta Washington para entrevistarse con el presidente Rutherford B. Hayes. El tema a tratar: la cesión de la reserva. El jefe indio se negó.
«Él bien sabía cuanto ocurría a los jefes que acudían a la gran capital: volvían gordos y relucientes a causa de la buena mesa y del confort del gran padre blanco, y toda traza de bravura y temple había desaparecido de sus personas. Observaba los cambios experimentados por los mismos Nube Roja y Cola Moteada que, conscientes de aquello, sentían animosidad hacia el jefe más joven», destaca el experto. Esta falta de respeto al hombre blanco no hizo más que tensar unas relaciones que, ya de por sí, andaban más tirantes que la cuerda de un arco similar a los que habían utilizado en sus buenos tiempos los nativos.
Si los ánimos ya estaban candentes, terminaron por ponerse al rojo vivo en agosto. Fue entonces cuando llegaron noticias hasta Caballo Loco y sus hombres de que la tribu de los nez percés («narices agujereadas») había entrado en guerra con el ejército de los Estados Unidos. Aquello no era algo excesivamente raro, pero lo que sí lo fue es que los norteamericanos solicitaran a los oglalas que se alistaran en sus filas para servir como exploradores. El jefe indio, al que solo le quedaba el respeto de los miembros de su tribu, instó a que nadie participara en aquella absurda contienda generada por el hombre blanco. Sin embargo, el 31 de agosto su ánimo fue destruido cuando multitud de jóvenes guerreros pieles rojas decidieron vestir el uniforme azul de la caballería para servir a las órdenes del presidente.

Las incógnitas de su captura

A partir de este punto la historia de Caballo Loco es algo confusa y varía atendiendo a las fuentes a las que se acuda. Brown, por ejemplo, afirma que se sintió tan «asqueado» al ver como sus hombres le desobedecían y se unían al ejército norteamericano, que decidió abandonar sin permiso el campamento en el que vivía para regresar a sus tierras ubicadas en el río Powder.
«Cuando Tres Estrellas Crook se enteró de la nueva, por medio de sus espías, ordenó que ocho compañías se desplazaran inmediatamente al campamento de Caballo Loco, situado a pocos kilómetros de Fort Robinson, para hacerlo prisionero. Sin embargo, el jefe indio fue advertido por unos amigos, y los oglalas se dispersaron en todas direcciones», explica el experto. Según su versión, el jefe indio huyó hacia la reserva de un viejo amigo, Toca las Nubes. Un lugar en el que fue encontrado y capturado posteriormente.
No obstante, esta no es la única teoría sobre su captura. Doval afirma en su obra que Crook detuvo a Caballo Loco basándose en la idea de que estaba organizando una rebelión contra los Estados Unidos. «El general ordenó su arresto aprovechando que [Caballo Loco] había abandonado el fuerte para llevar a su esposa enferma junto a sus padres», determina el español.
Por su parte, la página web del gobierno de los EE.UU. dedicada a la memoria de este jefe indio aporta una versión totalmente diferente: «En 1877, Caballo Loco fue bajo bandera blanca a Fort Robinson. Las negociaciones con los líderes militares de los EE.UU. estacionados en el fuerte se rompieron. Los testigos culparon de ello a los traductores, que no transmitieron bien lo que quería decir Caballo Loco. El jefe fue detenido y llevado a la cárcel».

Una muerte a traición

La llegada al fuerte de Caballo Loco no es la única parte de la vida de este jefe indio que ha generado más controversia. Ese honor corresponde a su muerte, la cual se sucedió poco después de que fuera capturado por los estadounidenses. La versión más extendida sobre su fallecimiento es que corrió a cargo del ejército norteamericano y que sucedió a traición.
«Los soldados lo hicieron prisionero y le comunicaron que sería llevado a Fort Robinson para entrevistarse con Tres Estrellas. Una vez en el fuerte, le dijeron que era demasiado tarde para ver a Crook aquel día, de modo que se le puso bajo la vigilancia del capitán James Kennington y de uno de los policías de la reserva. Este no era otro que Pequeño Gran Hombre [su antiguo amigo]», explica el experto.
Siempre en palabras de este historiador, estos dos sujetos llevaron al jefe indio sin que este lo supiera hasta la puerta de una celda en la que nuestro protagonista inició un forcejeo. «El lance duró unos pocos segundos; alguien gritó una voz de mando y el soldado de guardia, William Gentles, hundió su bayoneta en el abdomen de Caballo Loco», completa. Al final, Caballo Loco falleció esa misma noche, el 5 de septiembre de 1877.
De esta teoría es partidaria también Victoria Oliver (autora de « Pieles rojas» -Edaf-), según explicó a ABC hace algunos meses: «Sospechaban de él y, a pesar de que estaba confinado y no tenía capacidad de actuación, decidieron eliminarlo. Para ello, le convocaron a una reunión en Fort Robinson (en Nebraska) con la intención de asesinarle. Él se presentó, en principio, sin recelo, pero pronto descubrió que le habían preparado una encerrona. Entonces se rebeló contra sus captores mientras le sujetaban y gritó “Otra trampa de los blancos, dejadme morir luchando”. Al final, un soldado le clavó su bayoneta por la espalda».

Otras teorías

Nuevamente, la web dedicada al memorial de Caballo Loco aporta una versión totalmente diferente. Los autores de esta página gubernamental son partidarios de que murió combatiendo arma en mano.
«Cuando se dio cuenta de que los comandantes estaban planeando encarcelarlo, luchó y sacó su cuchillo. Pequeño Gran Hombre, amigo y compañero guerrero de Caballo Loco, trató de detenerlo. Entonces, un guardia de infantería le dio una estocada exitosa con una bayoneta. Hirió de muerte el gran guerrero. Caballo Loco murió poco después de la herida. Hay diferentes teorías sobre la fecha de su muerte, algunos afirman que fue el 5 de septiembre de 1877, y otros, que el 6 de septiembre».
Lo que sí está claro es que el mayor jefe indio que conoció Estados Unidos falleció, como bien señala el historiador Thomas Powers en su obra « The killing of Crazy Horse» triste por ver en lo que se habían convertido las tribus indias.

El libro que conservó su brillo durante 2.000 años en el fondo de una cueva. 1º ESO

EL PAÍS MATERIA-CIENCIA
Aghate Cortés

La sal y el entorno desértico impidieron el deterioro de uno de los manuscritos del mar Muerto.


Un conservador de los Manuscritos del Mar Muerto los examina durante una exposición en 2014 en Hong Kong.  GETTY IMAGES


El Rollo del Templo, de más de ocho metros de largo y escrito en hebreo en el año 250 a.C., ha resistido más de 2.000 años de vida en una cueva. Las 18 hojas pergamino, divididas en capas, destacan principalmente por su blancura color marfil y su grosor de ni siquiera 0,1 milímetros. La obra fue uno de los manuscritos que se hallaron en la región del Mar Muerto el pasado siglo y la que mejor se conservó. Las principales claves sobre su preservación que ofrece un estudio del MIT (Massachusetts Institute of Technology) publicado este viernes en Science Advances son, ni más ni menos, que la sal y el desierto.
Las cuevas de Qumrán (Cisjordania).
Las cuevas de Qumrán (Cisjordania).  GETTY
Los Manuscritos del Mar Muerto, que los eruditos definen como unos de los tesoros más grandes del patrimonio cultural, se preservaron entre caliza en once cuevas de Qumrán (valle del desierto de Judea en Cisjordania) que les mantuvieron protegidos de la humedad. La obra permaneció en un ambiente seco, encerrado en una jarra. Además, para que ningún saqueador encontrara aquellos libros muy preciados, los miembros de la comunidad judía los escondieron bajo escombros y guano (sustancia formada por los excrementos de aves y murciélagos).
El estudio de la composición por el MIT, basado en rayos X y en la espectroscopia, ha demostrado que el El Rollo del Templo fue producido de manera distinta que los demás. Admir Masic, uno de los autores de la investigación y profesor de ingeniería civil y ambiental del MIT, considera la obra como la perfección: “Era el pergamino más increíble. Consiguieron crear un soporte perfecto, muy brillante. Era el más bonito de todos los que había". El manuscrito se elaboró con piel de animal y encima de esa capa llamada colágena (orgánica), se depositó otra inorgánica para preservar la tinta. Esta última desprende restos de sodio en altas concentraciones, junto a calcio y azufre. Aquella alta y sorprendente presencia de minerales (que no viene del entorno) ha permitido, según creen los investigadores, mantener el brillo del pergamino y la legibilidad de la escritura. El profesor supone que la comunidad judía desconocía las propiedades de esas sustancias y que tuvo suerte. "Pero está claro que tendríamos que aprender de ellos", añade.

La confección de los manuscritos consistía en eliminar los pelos y la grasa sumergiendo la piel en una solución de cal. Otras veces, la depilación involucraba un tratamiento enzimático aplicando granos fermentados y tanino (sustancia orgánica que sirve a transformar la piel cruda en cuero). Una vez tendido al máximo en un marco, seco y limpio, el tejido se frotaba con sal. “La producción de este tipo de soporte costaba muy cara. En esa época, el ganado era lo más valioso y El Rollo del Templo, por ejemplo, está fabricado con la piel de entre 10 y 15 ovejas", comenta Masic.   
"El Rollo del Templo está fabricado con la piel de entre 10 y 15 ovejas"
Pero, por muy brillante e "increíble" que sea, El Rollo del Templo también ha demostrado vulnerabilidad a lo largo de su existencia. “La sal es muy peligrosa y lo sabemos. Podemos diseñar mejores estrategias y evitar los riesgos de deterioro debido a la humedad. Hay que evitar los viajes. La obra necesita estabilidad”, explica el experto. En 1956, al salir de su escondite seco y seguro, la presencia de agua aumentó en la capa orgánica del libro y aceleró su deterioro. Los beduinos fueron los primeros en encontrar la obra y la vendieron a un comerciante de antigüedades. Este mercante cambió su encierre original por celofán y lo confinó en una caja de zapatos bajo el suelo de su casa. Al querer desenrollar el tejido una y otra vez después de su hallazgo, el gran manuscrito de ocho metros de largo se fragmentó. Cuando los investigadores accedieron a él, los curiosos y la humedad ya habían dañado demasiado el tejido, según cuenta el estudio. Frente al destrozo, los restauradores interrumpieron el proceso de desgaste gracias a una corta congelación. Hoy, los trozos de la obra permanecen estables y expuestos tras un cristal en el Santuario del Libro, un ala del Museo de Israel de Jerusalén. 
Para Admir Masic está claro que la era moderna debe inspirarse en esta técnica para, en primer lugar, detectar falsas obras artísticas. "Es muy difícil crear el mismo producto. Es una obra artística cuya composición nadie conoce", explica el experto. El segundo avance que sugiere este descubrimiento es trasladar el método del pasado a la construcción vigente. “Por ejemplo, los romanos eran los mejores construyendo edificios. Por lo tanto, la tecnología de la antigüedad puede optimizar nuestra arquitectura para que viva 2.000 años y más”, concluye el profesor.