domingo, 30 de octubre de 2016

Arturo Pérez-Reverte: «Las grandes palabras y las banderas me producen suspicacia» 4º ESO

LA RAZÓN.es Libros
Javier Ors

Arturo Pérez-Reverte, escritor
Cipriano Pastrano

Cambia de héroe y de registro. El «padre» de Alatriste se pasa al género de espías con la historia de un vividor amoral y mujeriego, Falcó, que pulula por la España de la Guerra Civil. De aquel conflicto, dice el autor, sólo queda en la sociedad española actual una «parodia de buenos y malos»

Un tipo duro, un aventurero construido con las fuertes aristas del desencanto y la desilusión, de los que encajan con ironía el balazo definitivo o sonríen con pesar al ver pasar su destino subido a unos zapatos de tacón. Arturo Pérez-Reverte se ha sacado de la chistera de la imaginación un personaje sin ataduras morales ni escrúpulos, un vividor sin más lealtades que él mismo ni más propósito en el horizonte que llegar vivo a la mañana siguiente. Un ángel caído de la burguesía y de las familias con pasta, uno de esos muchachos que han aprendido a domesticar el miedo en el yunque del peligro y los riesgos; un espía, un contrabandista de armas, un golfo simpático que emerge de esa marea de recuerdos y fantasmas que han dejado los conflictos armados en la conciencia del novelista, de todas esas imágenes que aún sobreviven en la confusa retina de su memoria. Su nombre es Falcó, un héroe del siglo XX para el siglo XXI, que el escritor ha arrojado sin compasión a las brasas de la Guerra Civil española, a un conflicto donde los hombres aprendieron a pelear como bestias contra sus propios hermanos.
–Un nuevo héroe...
–Mis novelas son siempre de héroes. Lo que sucede es que evolucionan a medida que yo envejezco y, por eso, estos héroes cambian su punto de vista, sus circunstancias, el entorno en el que se desenvuelven y hasta sus actitudes. Mis héroes arrancan de los libros que leí de joven, pero pasados por la experiencia de reportero de guerra, que filtró al héroe ingenuo de mi infancia, le quitó su inocencia y lo convirtió en uno realista.
–¿Cuál es la diferencia entre Falcó y Alatriste?
–Alatriste tiene aún una moral porque ha tenido fe en palabras como honor, patria y bandera que, después, la vida le ha ido quitando. Alatriste se aferra a los restos del naufragio de sus ideas. Pero Falcó nace totalmente amoral. Es un espía, un aventurero al que le gustan las mujeres, un hombre sin escrúpulos.
–¿Ninguno?
–En apariencia. Esa actitud no moral, y no digo «inmoral» ese desapego de los ideales y las causas caracteriza a Falcó. A diferencia de Alatriste, Falcó no fue inocente ni cuando era pequeño.
–¿Cómo son los héroes de hoy?
–Como los de mis novelas. El héroe ha perdido su inocencia y el lector con él. Las palabras que antes se escribían con mayúsculas ahora se redactan sin ellas. Los héroes de antes movían masas; ahora a nadie. Pero el héroe y el heroísmo seguirán existiendo mientras existan el valor, la dignidad y la coherencia.
–¿Cuándo las palabras perdieron la mayúsculas para usted?
–Mis 21 años como periodista en conflictos bélicos hicieron una saludable poda de las palabras con mayúscula. Perdí la inocencia en la guerra respecto a mí y los demás. La guerra me hizo madurar, me afiló la mirada y con esta mirada escribo novelas.
–¿Y la consecuencia de todo eso ha sido...?
–Cuando uno deja de creer en el hombre, de forma colectiva, no de manera individual, necesita otras cosas en las que creer. Yo creo en los libros, los amigos y los perros y en los niños... hasta que empiezan a crecer.
–La guerra, ¿un buen tiempo para la mala gente?
–La guerra proporciona impunidad; la guerra, para los oportunistas, los demagogos, los cobardes, para los que corren a arrimarse al bando del vencedor, que son centenares, ofrece impunidad. La guerra es un buen momento para, sobre las ideologías y las causas, ajustar cuentas con el que odias: el juez, el sastre, el adversario, el enemigo, el vecino. Lo he visto, no me lo han contado. He presenciado ajustes de cuentas implacables en los Balcanes, en El Salvador, en Nicaragua, en Rumanía. En la guerra aflora lo que la sociedad convencional, la educación, la cultura y el miedo al castigo mantienen a raya.
–No se casa con nadie en esta novela.
–Cuando vives una guerra de cerca, te das cuenta de que el discurso de alto nivel puede ser ideológico. Ahí sí intervienen las ideologías. Pero cuando bajas a las trincheras, no hay más que seres humanos. Jamás he visto a nadie morir por la patria o la bandera; los he visto morir por el compañero, por dignidad, miedo, sobrevivir, vergüenza. En la trinchera son todos iguales, no hay buenos ni malos. Este contacto con la trinchera, con la vida real, me dio escepticismo respecto a las grandes causas. Las grandes palabras y las banderas me producen una saludable sospecha, suspicacia. Falcó es el fruto de esto. Falcó no cree en las causas, se mueve al nivel de los seres humanos, siendo él parte del horror.
–Sin códigos...
–Bueno, aunque es amoral, mis héroes siempre tienen un código al que atenerse más tarde o más temprano. Es lo que los redime, sino serían desalmados. Y Falcó, que es más oscuro y áspero que el resto, tiene algo de esto.
–¿Qué le duele más de un conflicto bélico?
–Los ancianos y los niños, pero con una diferencia: los ancianos me daban menos pena. Ellos han vivido y en buena parte son responsables de su destino, mientras que los niños no tienen culpa de nada. Algunos ancianos, además, son culpables de la guerra. Por eso me producen más compasión los niños. Fuera de la guerra, lo único que me enternece de verdad son los niños y los perros.
–Da una visión imparcial de la contienda del 36.
–Tengo una ventaja, no la he leído, me la han contado los testigos. Mi padre hizo la guerra, mi tío y mi suegro, también. Tengo una versión de primera mano. No es una versión ideológica de tercera mano completada con dos tuits y dos lugares comunes de unos o de otros; es una versión directa, completada con mi experiencia de la guerra; no soy un teórico. Cuando hablo de la guerra sé de qué hablo, tanto de la Guerra Civil española como de otras. Cuando nací, todo estaba allí. Las huellas de la metralla, las pintadas, los refugios antiaéreos. En un solar podía leer: «Viva Largo Caballero».
–¿Y cómo definiría la Guerra Civil española?
–La palabra lo dice: «española»; la palabra «español» implica envidia, vileza, infamia, insolidaridad, brutalidad e incultura. Eso fue la Guerra Civil. La palabra «española» la define perfectamente.
–Demasiadas venganzas ...
–En los dos bandos hubo oportunistas que no fueron al frente y se quedaron en la retaguardia. Hay un montón de gente con la camisa azul y el mono miliciano que aprovecharon para ajustar cuentas, matar, robar y violar. El bando de Franco ganó y por eso lo hizo por más tiempo. En Nicaragua o el Líbano he visto personas con uniformes que en el nombre de la revolución o del Gobierno mataron, robaron y saquearon.
–También hubo buenos actos.
–Pero no se dice. Lo de adjudicar virtudes a un bando y quitárselos totalmente al otro me parece una barbaridad. Los franquistas negaban toda virtud a los rojos y cuando llegó la democracia, los del bando nacional eran todos criminales ajenos a cualquier virtud. Y no era así. No es verdad. En los dos lados hubo héroes y canallas. Es muy español negar al otro hasta el valor. Esta estupidez es lo que más daño hace.
–¿Qué opina hoy de las ideologías?
–Son necesarias. Otro asunto es que la ideología te ciegue y te impida el diálogo con el que tiene una idea diferente. Las ideas no son malas, es malo el fanatismo, que impide intercambiar ideas con normalidad. Estoy contra la estupidez y el fanatismo. Junto la incultura, son los tres factores esenciales que hay en todas las guerras. A eso hay que añadir la crueldad intrínseca del hombre.
–¿Todavía está presente la Guerra Civil en nuestra sociedad?
–Lo que está presente es una estúpida parodia de buenos y malos que el fanatismo, la incultura y la demagogia presentan como tal.

Sencillamente, la historia de un espía

Hace hincapié, pide que se subraye que esto no es un libro sobre la contienda del 36, que su propósito sólo es «contar la historia de un espía», una novela que «enganche al lector para que lo pase bien. No quiero explicar la Guerra Civil a nadie». Pero Arturo Pérez-Reverte, sincero, claro, admite que discrepa de la versión que los políticos dan de este enfrentamiento: «No me gusta, me parece despreciable; costó mucho trabajo, y buena voluntad, sentar enfrente a adversarios de la Guerra Civil. Que Carrillo estuviera sentado con Fraga fue una hazaña democrática admirable, y que eso ahora se olvide y se desprecie es irresponsable y suicida». Luego añade una aclaración sobre la ideología de su personaje: «Él está de su lado. Cuando su jefe le dice que se han sublevado los militares, Falcó responde: “Estamos a favor o en contra”. Eso sitúa su ideología. Mi suegro, que era de izquierdas, luchó con los nacionales y fue héroe de guerra; mi padre y mi tío, que eran de buena familia, con los republicanos. Eso que cuentan de que fue el pueblo contra los señoritos, ricos contra pobres, no está claro». Pérez-Reverte, no obstante, está preparado para que le critiquen de un lado y otro: «Sé que va a ocurrir. Lo tengo previsto y lo espero con una divertida expectación».

El sentido de la aventura

¿Por qué libros de aventuras? El autor de «El club Dumas» no recurre a argumentos ni teorías meditadas con antelación. Él prefiere ser directo y no andarse por las ramas: «No sé si son necesarios para la humanidad. Pero para mí, y los que son como yo, sí. Necesitamos esa incertidumbre que te lleva a pasar la página, ver a los compañeros que sigues adentrarse en territorio hostil; no conocer lo que va a suceder, si esa empresa va a terminar en victoria o en fracaso. Nunca he pretendido hacer mejor a la humanidad escribiendo novelas. Sólo quiero hacer la vida de los demás más agradable. Pero eso sí, intento escribir novelas de aventuras complejas, con muchas derivaciones».








Arturo Pérez-Reverte: 'Tengo clarísimo que el franquismo era malo. No dedicaré una novela a explicar esa obviedad'. 4º ESO


Pérez-Reverte: «En la Guerra Civil los dos bandos fueron víctimas y verdugos». 4º ESO

El escritor ha presentado en el Museo ABC la exposición «La Guerra Civil contada a los jóvenes», basada en su nuevo libro homónimo.
Pinchando en el enlace se abre la noticia.

Arturo Pérez-Reverte: «Los jóvenes deben acercarse de forma limpia a la memoria de la guerra civil» 4º ESO

ABC Cultura-Libros
JESÚS GARCÍA CALERO


El académico y el ilustrador Fernando Vicente publican el bello volumen «La guerra civil contada a los jóvenes» para tratar de ofrecer una versión ecuánime del conflicto.
Arturo Pérez-Reverte, junto a sus libros sobre la guerra civil - ISABEL PERMUY

En la biblioteca del escritor Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) hay una pared dedicada a los libros de la Guerra Civil. Para este académico curtido como corresponsal en siete guerras, es un muro de muchos otros en una casa cuyas raíces son, literalmente, los libros. El escritor advierte: «Yo no tengo ideología, tengo biblioteca» y nos invita a internarnos en ella, con el fin de desandar los pasos que llevan de todas sus lecturas al libro «La guerra civil contada a los jóvenes» -ilustrado por Fernando Vicente y publicado por Alfaguara- que se presentó ayer en el Museo ABC.
El empeño es difícil en un país cainita como el nuestro y él lo sabe: «Quería que saliera limpio incluso de mis propias opiniones, que las tengo, evidentemente. Si no, este libro dejaría de tener sentido». Pérez-Reverte dice que es «una especie de prólogo a la Guerra Civil para que el niño se asome al conflicto desde una perspectiva objetiva, rigurosa y lo bastante ligera como para que quepa todo lo importante. Quiero abrir puertas, para que el lector busque más información en otros libros».
Según ha contado Pérez-Reverte, «todo empieza porque veo en un manual escolar que dice que Antonio Machado, gran poeta español, "pasado un tiempo fue a Francia donde murió". ¡Ahí resumían la guerra civil! O "García Lorca, poeta granadino que murió…" ¿Cómo que murió? Lo asesinaron, como a Muñoz Seca y a tantos otros, en una guerra civil que fue cruel, entre hermanos, entre vecinos, que devastó el país y que dejó una dictadura cuyos efectos nos alcanzan. Una guerra muy compleja, nada de buenos y malos, con causas que arrancan ya del XIX y del XVIII», según comenta y escribió en su última novela, «Hombres buenos». Por eso hace este ejercicio de memoria contra los fantasmas de las dos Españas, un libro en el que, por una vez, ninguna nos «hiele el corazón».


ISABEL PERMUY

Y allí en las estanterías están las fuentes de un libro profundo y ligero a la vez. Dice el escritor que, desaparecida la generación de los que vivieron la guerra, los jóvenes tenían ahora riesgo de caer en versiones viciadas hacia uno de los bandos, porque aún estamos pagando las consecuencias de aquella guerra cruel entre hermanos y vecinos. «¿Eran buenos o eran malos? -se pregunta-.Según donde estés, ¿excluyes al otro? Un día hablando del Pingarrón, en el Jarama, alguién me reprochaba: ¿cómo puedes hablar de valor de los defensores? Es que les negamos incluso el valor a los soldados. ¡Hombre, si hasta a los miembros de las Waffen SS, que eran unos hijos de puta, no puedes negarles que eran buenos soldados y que eran valientes!Aquí se niega hasta eso. Ese continuo acto automático de etiquetar, trazar una línea entre buenos y malos, que no puede conceder nada en absoluto, ninguna virtud al otro, es tan aberrante y bárbaro, y produce daños tan perniciosos a la larga, e impide el diálogo, que por eso he tratado de crear una herramienta básica, una breve introducción».

La biblioteca y los sables

La biblioteca respira con la conversación. A poca distancia de los volúmenes de la Guerra Civil está Homero, en el muro de enfrente, junto al relato de otras guerras del mundo clásico y un antiguo catalejo de ballenero. Estos libros le dieron «una mirada sobre lo que es la guerra, que es la que después yo apliqué sobre las guerras a las que acudí como reportero». Pero también está Tintín, mirando muy despierto los lomos de memorias de Azaña, Modesto, Mola, Serrano Súñer, Gil Robles, Madariaga... Y libros de Ricardo de la Cierva, Carr, Preston, Brenan, Madariaga. Batallas: Ebro, Belchite, Jarama... Y libros técnicos, como la monumental «Historia militar de la guerra civil», de Martínez Bande, la apabullante «Los requetés» plagada de testimonios personales o «El ejército popular»...
Permanecen, en perfecta formación, en las estanterías de una casa llena de sables de toda época, porque el académico los colecciona: sables napoleónicos, de caballería, de infantería. Desde los del XVIII a uno que estuvo en el desastre de Annual. Las hojas de los libros y las hojas de los sables callan también bajo el peso de la memoria hiriente de una guerra que tarda en cicatrizar. Por eso escribir este libro tan sencillo fue tan difícil de lograr.
«He trazado líneas de puntos como los dibujos escolares, para sacar de todos estos libros de historiadores españoles y extranjeros los elementos comunes a todos ellos. Con el fin de que los hechos recogidos en mi libro nadie salvo la mala fe o la vileza los pueden discutir. Sobre eso se construye la memoria», dice con vehemencia.


El autor hojea su libro sobre la guerra civil
El autor hojea su libro sobre la guerra civil- ISBEL PERMUY

En tiempos de tanta confusión, «un joven sin herramientas, sin información básica no puede defenderse, así que cualquier tuit de 140 caracteres a un chiquillo le puede meter una idea en la cabeza no porque sea verdad, sino por estar bien escrita o ser ocurrente. Lo único que supone este libro, que es un intento modesto, muy modesto, por alcance y estructura, es que los jóvenes puedan aproximarse de manera limpia a la memoria». Ya está claro.
Desde «El húsar» -que anda cerca-, Pérez-Reverte sabe que la guerra es un tema interesante, y la Guerra Civil española es un tema «terrible, lleno de lecciones morales, de horror y de dignidad, de coherencia política, social, personal e incluso religiosa. Este libro busca que que un buen profesor o un buen padre, con un chico listo pueda iniciarse en el su estudio».
-¿Es un ataque de optimismo este libro en un país que no lee?
-Toda la vida he pensado que una generación que no tiene cultura está perdida, no tiene posibilidad de sobrevivir, intelectualmente. Aunque la batalla esté perdida, y quizá lo esté, yo puedo seguir combatiendo aunque sea en el último recuadro de la retaguardia, y seguiré. Mientras haya un justo en Sodoma, merece la pena salvar Sodoma. Para empezar, los hijos de Fernando Vicente.

Los hijos del ilustrador

Ellos fueron los primeros lectores durante los más de seis meses finales de trabajo. «Pensamos que a los niños escamoteándoles las cosas crueles les protegemos, y es al contrario -afirma-. Escamoteándolos los exponemos más». Porque en su opinión, un niño «que sabe, que tiene educación, conciencia y cultura, puede defenderse cuando viene el manipulador. Pero un niño sin ningún tipo de memoria, cuando llegue cualquiera puede engañarle y llevarle por donde quiere. Sin memoria los niños están perdidos. No podemos decir que es que esto es muy duro, que mejor que no lo vean, que lo olviden. ¿Cómo? si el problema de España es que olvidamos demasiadas cosas», reflexiona el autor.
Primero hubo un plan, luego una versión de 15 folios de cada capítulo. Después vino lo más duro, dejar cada uno en medio folio. Cada cosa eliminada o dejada en el texto se sopesó un millón de veces. Los chicos ayudaban leyendo y diciendo lo que opinaban. A su vez Fernando Vicente se sumergió -como el escritor en los libros- en la iconografía: fotos, carteles, pinturas, del Guernica a Capa, o al cartel de reclutamiento.

Narrativa del fracaso

-¿La narrativa del fracaso que fue la Guerra Civil española es lo que necesitamos explicar a los jóvenes?
-El fracaso nos explica mejor todavía que la victoria. La autocrítica, el aspecto educativo del fracaso es fundamental. El triunfo es fácil, lo secundas con banderas y trompetazos. Pero el fracaso lo secundas con introspección y crítica, si eres inteligente. Te permite analizar las causas, debatir el porqué. Un debate que en España no suele darse.
-Se ha publicado infinidad de libros sobre la Guerra Civil.
-Hay libros y autores buenísimos, y gracias a ellos he podido escribir este libro. Pero no había ninguno para jóvenes, así, con el empeño de ser limpio. Durante el proceso de escritura me enfrenté con mucho cuidado a casos especiales, como hablar de la represión. Ahí siento que los autores españoles no están del todo libres de la carga emocional. En estas cuestiones me ha sido de gran ayuda acudir a los hispanistas, a los historiadores extranjeros, para establecer esos puntos comunes, porque su visión está más distanciada que la de los españoles. Pero de todos los libros que he leído, debo decir que me decepcionó el de Beevor, al que yo admiro mucho. Su visión de la guerra civil me decepciona porque es incompleta, en algunas cosas superficial o que muestra desconocimiento de realidades concretas, aunque tiene otras fortalezas como una información exhaustiva de determinados aspectos.
-Y la cultura popular también ha tenido muy presente el conflicto, sobre todo con las películas, de las que se dice siempre con polémica que son demasiadas, casi una manía o una obstinación en el cine español. ¿Usted qué opina?
-No he visto ni una sola película de la Guerra Civil que me haya parecido objetiva. Ni las hechas en el franquismo ni las hechas en la democracia. Ni una sola que haya sido lo bastante real en el sentido hechos. Todas son de rojos malos o de fascistas malos. Libros los hay muy buenos, por supuesto. Aquí están.
La Transición, que es la reconciliación, pone colofón al libro. «Ahora está de moda desmontar la Transición, entre los que no lo viveron entonces. No conocieron lo difícil que era aquello y la buena voluntad de todos porque todo funcionara», ironiza el autor.

Clichés vigentes en política

-Cuando detecta que los tics y los chichés de la España que ciegamente fue a la guerra siguen en nuestra política, ¿Se desespera?
-Si me desesperara no escribiría, si lo escribo es porque tengo esperanza. A veces es agotador y desolador, eso sí lo concedo. Pero siempre habrá un joven dispuesto a considerarlo, y merece la pena escribir por él.
En la escritura de este libro muchos autores le han servido de compañía y casi de consuelo ante la dureza de los hechos. «Hay grandes autores para entender la España de esa época, como Ramón J. Sender, Arturo Barea, Agustín de Foxá, pero para mí el mejor es sin duda Chaves Nogales. Es un hombre que escribe de maravilla, con la visión lúcida y amarga del que es consciente de lo que supone a veces ser español. Así que me pregunté: ¿Cómo le habría contado a su hijo pequeño Chaves Nogales la guerra? He intentado pensar en cómo lo habría hecho él. Ha sido mi padrino protector. Es un autor al que habría que leer por obligación en este país. Pero al no ser ni de unos ni de otros ha sido ninguneado en la historia de todos. Es quien mejor explica el veneno de la Guerra Civil, y lo hace narrando, no opinando, cosa que no es tan fácil».
Sí, hay que leer, a Chaves Nogales y a Pérez-Reverte. Menos ideología, y más biblioteca.






Arturo Pérez-Reverte. «¿En qué se diferencia el falangista que mató a Lorca del miliciano que mató a Muñoz Seca? En nada». 4º ESO

ABC Cultura. Libros
JESÚS GARCÍA CALERO

El escritor y académico vuelve a la novela con «Falcó» (Alfaguara), una trepidante historia de espías en la Guerra Civil.


Un espía español en tiempos especialmente revueltos, los primeros meses de la Guerra Civil Española, recibe una orden del jefe de inteligencia del bando franquista: preparar una operación para rescatar a José Antonio Primo de Rivera de la cárcel de Alicante. Su nombre es Falcó, Lorenzo Falcó, pero no toma martinis ni mezclados ni agitados, porque la vida que le ha dado el escritor y académico Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) ya lo es bastante. Pasa a zona republicana, se mueve como pez en el agua entre quintacolumnistas, se juega la vida en cada esquina y se la juega en un duro cuerpo a cuerpo con cada mujer hermosa que se pone a tiro. Ha visto mucho, solo cree en sí mismo, pero ni así puede adelantarse a todos los golpes que lo acechan, todas las traiciones que lo rodean.
Pérez-Reverte regresa a la novela con «Falcó» (Alfaguara), una narración canónica del género que no quiere explicar, ni juzgar la guerra fratricida que estalló en 1936, una confrontación que en España nunca acabamos de sacudirnos del todo -tal vez en todos los sentidos-, pero que se convierte en el escenario perfecto para un hombre que, en palabras del autor, «es unaventurero, como los que yo he conocido. Es un tipo guapo, elegante, de buena familia, vividor, mujeriego, simpático, cruel, violento, resuelto… La adrenalina lo pone. Para él da igual el lado en el que estés, lo que importa es lo que haces en ese lugar».
La novela es trepidante, veloz, furtiva y seca. Y acabada de leer (sin adelantar sus muchas sorpresas) una cosa queda clara. Tenemos Falcó para rato.
-¿Ha nacido una estrella? ¿Tiene trazas de ser un nuevo Alatriste?
-Pues iba a ser una novela sola, pero me lo he pasado tan bien escribiéndola, he disfrutado tanto leyendo, imaginando situaciones, yendo a los sitios, que según me acercaba al final…
-¿No quería acabarla?
-Al ser una novela canónica de espías tiene unos límites espaciales y temporales que no puedes alterar. Ojo, que no es policiaca, es de espionaje. Me daba pena acabarla y decidí dejar un final abierto para continuar con otra, por lo menos.
-Pero el paisajes es muy distinto a Alatriste, no es la España imperial, sino el sangriento comienzo de la Guerra Civil.
-No es una novela de la Guerra Civil, digámoslo muy claramente. La guerra es un escenario narrativo que me era muy útil por muchos motivos, una cuestión de eficacia narrativa.
-¿Qué objetivo perseguía con Falcó?
«La novela de espías tiene que ser seca, cortante, lúcida y fría, con economía expresiva radical»
-Una novela es conseguir que el lector vea lo que tu ves. Básicamente es eso. La novela de espionaje no puede tener quinientas páginas como algunas policiacas. Ni puede abusar de un lenguaje descriptivo. Tiene que ser seca, cortante, lúcida, fría y determinada. Con un diálogo sin mucho adorno, con una economía expresiva radical. Elegir una palabra o un gesto era importante. Tal vez ese ha sido el mayor esfuerzo. Puedo hacer con más soltura una descripción de medio folio, que tardo una hora, que limitarme, como aquí, a dos líneas que me llevan toda una mañana.
-Falcó describe muy bien el momento de la guerra, una visión de los dos bandos, con el caos que reina en el republicano, pero queda reflejado que en esos momentos el franquista no se ha definido aún. Vuelan los cuchillos.
-Pero en el bando nacional hay un mando único
-Bajo ese mando es difícil el difícil equilibrio entre facciones, falangistas, ejército, Guardia Civil…
-Sí hay movimientos, pero en el segundo escalón, porque el mando único era Franco, que ya es generalísimo. En el fondo se ve cómo se quitan de en medio a falangistas incómodos… pero nadie discute la jefatura. En la República eso no pasa, todo se discutía. Llegaba una orden y se reunían para ver si la obedecían. Ese caos de retaguardia y de vanguardia. Unos eran criminalmente disciplinados y otros criminalmente desordenados.
-A Falcó le pone la adrenalina, más que la ideología, ¿verdad? ¿Cómo le define?
-Es que Falcó no tiene ideología. Cuando el Almirante le cuenta que ha habido una rebelión militar, pregunta: ¿Estamos a favor o en contra? Eso es definitorio, absolutamente, le define mejor que dos párrafos de digresión.
«No es una novela de la Guerra Civil, dejémoslo claro. Es la historia de un hombre, la guerra es el paisaje»
-Así puede cruzar las líneas, las del frente y otras más sutiles. El escenario se presta
-Claro, se mueve en el bando franquista como en el republicano: con absoluto despego. Es de esos hombres, que yo he conocido, que nunca pertenecen al grupo al que parecen pertenecer. En bares, en instituciones, en la academia, los ves y no te encajan. Están allí por circunstancias.
-¿El resultado le gusta?
-El desafío era conseguir que el lector adoptara durante 300 páginas a un tío como Falcó, uno con el que los hombres querrían irse de copas y las mujeres querrían acostarse.
-Hasta qué punto comparte valores de Alatriste, o mejor dicho: ¿tiene más de sentido de libertad o de desencanto?
-De libertad, sin duda. Es interesante. Alatriste era un tío que ha tenido fe y la ha perdido y solo le quedan códigos que él ha buscado para sustituir a esa fe. Es un tipo honorable.
-Son primos de lealtad, al menos…
«Alatriste era un tipo que había perdido la fe. Falcó cabalga la vida, no tiene ese factor moral»
-Eso sí. Comparten ese sentido. Pero Falcó es un tipo que cabalga la vida, ha nacido sin ideas, no tiene ese factor moral. Es menos respetable moralmente que Alatriste, pero es más encantador. Es de esos tíos que llegan, se ligan a la tía buena, al tío se lo meten en el bolsillo y encima se llevan el dinero con una sonrisa. Sinvergüenzas encantadores que todos hemos conocido, que si les pillan tampoco salen mal.
-Es interesante que las lealtades también cruzan frentes e ideologías en la novela.
-Es que no he conocido hombres buenos o malos compactos jamás.
-Un ejemplo.
-En Eritrea, en el 77, tuve disentería y me estaba muriendo. Los tíos que me cuidaban, combatientes, lo hacían como si fueran mis hermanos. Se jugaron la vida por mí, por traerme agua para no deshidratarme, pero una semana después los vi matar prisioneros y violar mujeres. Los mismos tíos, mis amigos, que me habían cuidado. El mismo ser humano es capaz de las dos cosas, casi a la vez. Adjudicarle etiquetas morales definidas es peligroso porque somos cambiantes. No hay nada hecho en el ser humano, así que sabiendo eso, ¿cómo vas a repartir etiquetas?
-Me da la impresión que España no vive de otra cosa que de poner etiquetas.
-Lo necesitamos por esa visceralidad, esa infame deformación. Foxá, fascista, luego ya no lo leo. Cercas, rojo, tampoco. Pero es una línea divisoria falsa siempre. No es verdad. En la Guerra Civil tantas virtudes hubo en un bando como en otro, y tanto canalla hubo en un bando como en otro. Lo que pasa es que un bando ganó y duró más… Pero si pensamos en individuos, ¿en qué se diferencia el falangista que dio el paseo a Lorca del miliciano que mató a Muñoz Seca? ¿O el legionario que luchaba en el frente en una trinchera del miliciano que defendía la Ciudad Universitaria? Si miramos los tiros, en nada. Esa es la cuestión, pero en España decirlo es inaceptable.
-Son debates que vuelven, fronteras que se vuelven a poner de actualidad. Tal vez lo cultivan aún nuestros líderes. ¿Por qué?
-Porque se lo ponemos muy fácil. Cualquier persona con un poco de cultura sabe hacer el razonamiento que acabamos de hacer nosotros. Pero es un país gozosamente inculto y no quiere ni sabe salir de la etiqueta ni analizar de una manera superior los conflictos de nuestra vida y nuestra cultura. La incultura necesita etiquetas para identificar los objetos, para poder moverse por la vida. Ya no tiene disculpa que seamos así. El político, que es tan inculto como el que más utiliza esos elementos, a veces con mala intención.
-La novela de espías permite ver bastante bien el mapa con esa mirada...
-Claro, porque ves el lado más sucio y el que tiene más conexiones. Pero no pretendo contar la Guerra Civil, repito, solo pretendo contar la vida de un hombre, de Falcó, que se mueve en ese mundo. Y el espionaje ayuda.
-Como escenario narrativo la guerra aparece también menos maniquea…
-A medida que te acercas a la realidad se complejiza. Pasa en toda guerra civil, la de Nicaragua, la de El Salvador, la de Colombia, los Balcanes, Angola, Mozambique… yo he hecho siete guerras. Desde lejos o desde fuera todo es fácil: buenos y malos, los serbios malos y los croatas buenos, los sandinistas, los nacionales y los republicanos dependiendo del lado que estés… Aquí está claro, unos militares rebeldes y una república legítima. Pero cuando te acercas todo se diluye.
-¿Por qué?
-Porque ahí hay seres humanos, no ideas. Somo seres humanos complejos, ambiguos, llenos de zonas grises. Ahí entran factores como: ¿Puede ser valiente un falangista, un miliciano anarquista? ¿Puede ser cobarde un republicano, un legionario? ¿Es igual de idealista un joven de 18 años comunista… o un falangista? Solamente cuando has estado en la situación real lo captas. Y ahí es donde se mueve esta novela.
-A pie de guerra.
«No me han contado la Guerra Civil en dos tuits, me la han contado los testigos y yo he vivido siete guerras. Mi material es de primera»
-En esa realidad, no en las ideas que la inspiran. Es que a mí la Guerra Civil no me la han contado con dos tuits y cuatro lugares comunes de tercera mano en un mitin político. Me la han contado los testigos. Primero, yo he vivido siete guerras, que es algo. Pero es que nací en 1951, así que también me la han contado quienes la vivieron, de niño he visto edificios que aún tenían huellas de metralla. Mi padre la hace con los republicanos, siendo de buena familia; mi tío Lorenzo también, de la quinta del biberón, vuelve con 19 años, de sargento, herido en combate y habiendo peleado en los combates más duros. Mi suegro, que era de izquierdas, lucha con los nacionales y fue también herido. Eso es la guerra civil. Ibas a ver a la novia, te pillaba de viaje y caías en un bando o en otro. El drama es ese. Y luego está la época.
-La novela se entretiene en los detalles, la gestualidad, el lenguaje, los «complementos» que dibujan una época
-Yo he visto a mis padres, era un estilo, vestirse de una manera, cruzar las piernas, atarse la corbata, saludar como mi abuelo levantando el sombrero. Toda esa manera de entender la vida la he presenciado de niño, aparte de las lecturas. Yo leía a la luz de un quinqué en casa de mi abuelo. «Falcó» es una novela de primera mano.
-¿También se nota en la oscuridad, en todo lo que ocurre a oscuras en la novela, desde peleas a coitos?
-Claro. El ser humano actual está acostumbrado a dar al interruptor y que se encienda la luz. Pero eso no era así. En la guerra se vive en oscuridad y en oscuridad las relaciones humanas son diferentes. Hay matices, voces, gestos, situaciones y sensaciones que la oscuridad define. Quería rescatar esa oscuridad.
-¿También lo ha vivido en las guerras como reportero?
«En Eritrea, vi a los mismos que me salvaron la vida cuando estaba enfermo matar prisioneros y violar mujeres»
-Mira mi brazo izquierdo, tengo dos cicatrices en la muñeca que me hice en Mostar, durante un combate, corriendo de noche, con el cristal roto de una ventana. Sucedió a oscuras, me lo clavé, y notaba cómo corría la sangre y empapaba mi mano, una hemorragia que me taponó un soldado que estaba conmigo allí mismo. A él no lo vi, pero recuerdo su olor a sudor y grasa de armas, y su voz. El hombre evitó que me desangrara. Esa vivencia de guerra y oscuridad también es material de primera mano en esta novela.
-Esa mano empapada se la ha prestado a Falcó...
-Sin luz el hombre no se comporta igual.
-Por el sigilo
-Por muchas cosas. Una agudeza de otros sentidos que no se da con la luz. La luz también nos ha hecho peores en algunas cosas.
-¿Algo le ha resultado difícil en especial?
-No, como digo hay mucha experiencia directa en los hechos de la novela, incluso lo más duro, la tortura, muerte, violación, peligro, sangre, incertidumbre… recurro a mi propia memoria. Llevo ya treinta años escribiendo, se cumplen ahora, así que tengo además una cierta práctica. Digamos que me he manejado con soltura en este terreno.
-Hablemos de las mujeres del libro. Hay una visión objetual de muchas de ellas, encuentros sexuales meramente físicos, pero también es cierto que la camaradería se cruza con las lealtades a algunas de las mujeres protagonistas de una manera sorprendente.
«Falcó es un depredador de mujeres, un golfo, pero ante una mujere poderosa intelectual y físicamente entiende la igualdad»
-Falcó tiene la visión del momento en el que vive y porque es un depredador de mujeres, un golfo y un mujeriego. Pero es capaz también de apreciar otra cosa: la mujer poderosa, intelectual y físicamente poderosa. Hay un respeto entonces que se basa en la camaradería hacia la mujer que él entiende como igual, que pelea o dispara como tú. Esa mujer está en todas mis novelas, mucho más capaz para enfrentarse al dolor, a la tortura y al fracaso, con más coraje moral, más energía y resistencia que los hombres. Aquí hay dos de ellas. Cuando Falcó está ante ellas cambia su concepción, surge un respeto de camarada y una lealtad que va más allá del sexo e incluso del amor. Reconoce a una de los suyos
-¿Cambia las reglas?
-En el siguiente episodio se entenderá mejor.
-Los encuentros sexuales abundan y son de una urgencia casi de guerrilla.
-Son como tienen que ser entre el tipo de personajes que estamos hablando en esta novela. Y de la época. Esa alemana nos habla de la época, en la que, no se olvide, los totalitarismos tienen el prestigio, la palabra nazi lo tiene, como el fascismo. Nada es como ahora. Ni el sexo ni nada. No tiene sentido el feminismo como el que conocimos después o el que vemos ahora. Los nazis, por ejemplo, habían modernizado Alemania y no se sabía nada del Holocausto. La percepción de Falcó es la de 1936, que era muy distinta a la de 1946, cuando se destapó el tema de los campos de exterminio. Lo cuento todo desde esa mirada exactamente. Y lo mismo diríamos del comunismo, que compartía ese prestigio. Eran sistemas de referencia en su momento.
-¿Qué querría que vean los lectores en la novela?
«Al lector lo que le digo es: acompáñeme en una aventura por ese mundo»
-Es una novela de aventuras, quiero que vean al personaje. No es una novela tipo Dashiel Hammet, Raymond Chandler, etcétera. Es más en un tono Somerset Maugham o Eric Ambler. Ni siquiera podemos pensar en Le Carré o Fleming, que son posteriores. Refleja un mundo injusto que tenía que desaparecer, y que de hecho desapareció muy justamente. Pero para un narrador ese mundo de totalitarismos es fascinante. Entiéndalo: trenes, mujeres misteriosas, fronteras, pasaportes falsos, conspiradores, lugares oscuros, hoteles glamurosos, muerte, esperanza, convulsiones políticas. Mover al lector ahí es el objetivo. Le digo: acompáñeme en una aventura por ese mundo. Espero haberlo conseguido.
-Las ruinas de es mundo vuelven a humear, y regresan ideologías por toda Europa de ese porte...
-No creo que sea un resurgimiento. Creo que la tentación totalitaria está ahí en la historia de los hombres, desde los textos de Homero, Suetonio o Tito Livio. Cuando todo se va al carajo la gente acaba mirando al que tiene la fuerza, al que va a poner orden. Ahora no vuelve el fascismo o el comunismo, no se repite solo el nazismo, sino fuerzas que ya estaban en la antigua Roma. En realidad, en la literatura y en la historia, todo ha ocurrido ya. Si lees el teatro griego ya estaba todo contado. Periódicamente durante la historia -nos ocurre también con Shakespeare, Dante, Virgilio…- se recuperan los viejos temas de siempre y se ponen a funcionar otra vez. Y eso ocurre tanto en cuanto a la literatura como en tanto a la historia. Y pasará más veces, dentro de dos o tres generaciones surgirán espartacos, césares, hítleres y chúrchiles.
-Hay una frase de Escipión sobre la vida militar que se repite en la novela ¿no cree que hay que extenderla hoy a la vida civil?
«Escipión decía que en asuntos militares no tiene disculpa decir "no lo había pensado". Lo debemos aplicar a la vida»
-Esa frase no está ahí por casualidad. En la novela sale dos veces. La hice mía cuando la leí hace cuarenta y cinco años. Es de las que ha guiado mi vida como reportero y como novelista: «En asuntos militares no tiene disculpa decir no lo había pensado». Como habrá entendido, cuando digo asuntos militares me refiero a asuntos de vida. Lo debemos aplicar. En asuntos importantes de vida no tiene justificación ninguna decir que algo no lo habíamos pensado.