viernes, 10 de noviembre de 2017

Bruselas da dos semanas a Londres para que concrete la factura del Brexit. 3º-4º ESO-Economía

EL PAÍS Internacional
Claudi Pérez/Pablo Guimón


Los europeos son cada vez más pesimistas sobre la posibilidad de pasar a la segunda fase del acuerdo de divorcio.


El negociador británico del Brexit, David Davis (i) y el negociador de la UE Michel Barnier  AFP


Europa quiere ver un cheque británico sobre la mesa en dos semanas: de lo contrario, se niega a pasar a la siguiente fase de la negociación del Brexit, el divorcio entre dos enemigos íntimos, Reino Unido y la UE. El jefe negociador europeo, Michel Barnier, dio ayer ese ultimátum a la primera ministra británica, Theresa May. En plena crisis de Gobierno, May se enfrentó a la posición europea con la amenaza de marcharse dando un portazo: aprobó ayer una ley que fija la fecha del Brexit para el 29 de marzo de 2019, con o sin acuerdo. Europa no se inmutó: exige el dinero por delante para seguir negociando.
El reloj del Brexit ya corre, y Reino Unido advirtió ayer que el divorcio se consumará —pase lo que pase, con acuerdo o sin él— el 29 de marzo de 2019. Pero Bruselas y Londres siguen jugando al póker. Europa mira sus cartas y cuenta sus fichas aparentemente impasible ante posibles faroles: pese a la amenaza británica de marcharse por las bravas, el negociador jefe de la UE, Michel Barnier, dio ayer dos semanas al Reino Unido para que concrete la factura del Brexit y haga “las concesiones necesarias” como para que la negociación pueda pasar a la siguiente fase.
Nadie esperaba gran cosa de las conversaciones de esta semana: avances técnicos a la espera de un arreón político, poco más. El timing —en medio de dos consejos europeos, después de la cumbre de octubre pero aún lejos de la reunión de diciembre— no permitía más ambición. Pero el ultimátum está ahí: los próximos 15 días serán claves. En ese plazo, Europa quiere ver un cheque británico con muchos ceros encima de la mesa. “Si Theresa May firma el cheque lo demás es poesía: todo será muy fácil”, explicaban ayer fuentes europeas. Pero el Gobierno británico se desmorona, y Europa ve cada día más difícil que en la cumbre de diciembre haya avances suficientes para dar un paso adelante.
Barnier dejó claro que las propuestas británicas son excesivamente vagas, insuficientes tanto en la factura del divorcio como en la frontera con Irlanda del Norte y los derechos de la ciudadanía. En el otro lado, Londres sigue ciñéndose a una estrategia que no funciona: la canciller Angela Merkel dio calabazas a los británicos hace unos días, y la amenaza británica de marcharse dando un portazo, sin acuerdo, no ha hecho mella en la unidad europea. Si los británicos siguen en sus trece, la Unión se negará a hablar de lo que más le interesa al Reino Unido: la futura relación con Europa, un acuerdo comercial entre la UE a Veintisiete —con su gigantesco mercado de casi 500 millones de personas— y el socio díscolo, que a pesar de los pesares sigue siendo una de las grandes economías del mundo y una potencia militar.
En la maravillosa Rebelde sin causa, los dos adolescentes que se disputan el corral se citan con sus coches en un acantilado para jugar al denominado juego de la gallina. Se trata de conducirlos a toda velocidad; el primero en girar o detenerse, pierde. En ese juego, el participante más irracional —o el que tiene el mejor coche— lleva las de ganar: James Dean logra detenerse en el límite, pero su contrincante cae al acantilado. Y ese es, poco más o menos, el resumen de la negociación: un juego de la gallina político entre un Reino Unido debilitado por una formidable crisis política y una UE que, contra pronóstico, no ha dado muestras de división. El Gobierno de Theresa May, en cambio, está al borde de la implosión, en parte por las distintas sensibilidades sobre el Brexit de varias figuras del partido conservador.
Barnier se citó ayer ante la prensa con el ministro británico del Brexit, David Davis, y se mostró de lo más pesimista, cariacontecido y serio. Davis vendió —como suele— algo más de optimismo. Pero ambos dejaron claro que apenas hay avances en los tres asuntos fundamentales. La factura del Brexit parecía encaminada después de un discurso de May en Florencia, en septiembre. Pero las dos posiciones están muy alejadas: Europa quiere de 60.000 a 100.000 millones por los compromisos adquiridos; May se queda en apenas 20.000 millones, aunque la prensa británica apunta que podría subir a 40.000. La solución para Irlanda se complica. Y en asunto de los derechos de la ciudadanía, Londres tiene que aceptar el papel del Tribunal Europeo de Justicia. Pero lo importante, en esta fase, es la pista del dinero: “Hay que saldar las cuentas, como en cualquier separación”, dijo Barnier. “Hacen falta flexibilidad, imaginación y buena voluntad”, le replicó Davis.
En toda negociación importante (y esta sin duda lo es), ambos jugadores tienen incentivos para escenificar una primera ruptura, para poder presumir en casa de la dureza de su posición. Después del postureo suele llegar el acuerdo, más aún si las dos partes tienen mucho que perder, como es el caso. ¿Hay posibilidades de alcanzar un pacto en 15 días?, preguntó ayer la prensa europea. “Yo creo que sí”, afirmó Barnier con la media sonrisa del jugador de póker que se ve con buenas cartas. Si miente, el acantilado del Brexit sin acuerdo está más cerca. Ya hay fecha: 29 de marzo de 2019. A medianoche, horario de Bruselas.


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