miércoles, 31 de enero de 2018

A India le faltan más de 63 millones de mujeres. 2º-3º-4º ESO

EL PAÍS INTERNACIONAL
Ángel L. Martínez Cantera

-El Gobierno indio alerta sobre la desproporción de hombres y mujeres en la población causada por los abortos selectivos.


Mujeres y niñas indias transportan agua en las afueras de Ahmedabad el pasado sábado. REUTERS


La histórica preferencia de la sociedad india por los hijos varones ha provocado un poderoso desequilibrio demográfico. El Gobierno Indio calcula que en la población faltan más de 63 millones de mujeres con respecto a la que sería una tendencia natural. La desproporción entre el número de hombres y mujeres en el país estaría causada principalmente por los abortos selectivos, según el último Estudio Económico anual publicado este lunes, que por primera vez incluye un apartado específico sobre la mujer. Además, las autoridades estiman que otras 21 millones de niñas -en un país con una población total de 1.324 millones- no son deseadas por sus familias al nacer ya que tienen que cargar con el lastre económico que supone una práctica atávica como la dote.
“Una vez que nacen, las vidas de la mujeres ha mejorado pero la sociedad parece seguir queriendo que menos de ellas nazcan”, explica el capítulo séptimo del Estudio Económico, dedicado a la igualdad de género. La encuesta muestra que la obligación de que la esposa abandone el hogar familiar después del matrimonio – y la consiguiente pérdida de un salario – junto a las leyes de herencia de propiedades o la dote matrimonial son algunos de los factores sociales que determinan la preferencia por los varones.
También denominado feticidio femenino, el aborto de niñas en el país asiático ha sido objeto de estudio por revistas médicas internacionales, que estiman la desaparición de hasta medio millón de fetos femeninos anualmente. Aunque ni la interrupción del embarazo ni la determinación del sexo son delitos en el India, la Ley de Técnicas y Diagnósticos Prenatales (PCPNDT por sus siglas en inglés) sí penaliza los exámenes del sexo de los fetos mediante sonografías y otras técnicas, así como el aborto selectivo.
Aparte de esta práctica existe en la India una tendencia a ofrecer mejor tratamiento médico y nutritivo a los hijos que a las hijas.
La proporción natural de sexos, sin alteración humana, es de 1.050 hombres por cada 1.000 mujeres. En 1970, India casi cumplía ese ratio de relación entre sexos (1.060) pero el dato en 2014 se ha incrementado considerablemente hasta los 1108 hombres, a pesar de que la selección de sexo fue ilegalizada en 1994. Un fenómeno parecido, e incluso más acentuado, se ha producido en el mismo periodo en China, donde el ratio ha pasado de 1.070 a 1.156.
Así, la encuesta confirma que “las familias donde nace un niño son más propensas a dejar de tener hijos que las familias en las que nacen niñas”, lo que denomina como meta-preferencia por los varones. El estudio demuestra que la media de las familias indias prefiere tener dos hijos, pero hay hogares en que tienen hasta cinco vástagos hasta que el último es un varón.
 Activistas denuncian no solo el escaso cumplimento de la ley de técnicas y diagnósticos prenatales, sino también de la ley contra la dote matrimonial. Aunque abolida en 1961, la práctica extendida del pago de cuantiosas sumas, en metálico o en bienes, a la familia del novio es una de las tradiciones atávicas que inducen a las familias a no querer tener hijas para obviar así la carga económica que ello supone.
Aunque la prevalencia de niños sobre niñas está tradicionalmente asociada con la precariedad económica de india rural, en la que vive más de 65% de la población del país, la encuesta revela que el incremento de la riqueza no es un factor determinante en la preferencia de niños respecto a niñas. Según el estudio, algunas áreas acomodadas de la capital, Nueva Delhi, la tendencia, lejos de revertirse, ha empeorado.
“El reto del género es antiguo, probablemente desde hace milenios”, explica el autor del informe y asesor económico Arivan Subramanian, quien urge al país a “enfrentarse a la preferencia social por los niños”.
Ante las cifras alarmantes ofrecidas por el estudio, los expertos señalan la importancia de desarrollar encuestas nacionales y estatales basadas en el desglose por sexos, para una mejor identificación de otros problemas derivados como la violencia doméstica o la discriminación laboral.


Por qué los hombres dejaron de usar faldas, tacones y pelucas

EL PAÍS verne
Jaime Rubio Hancock

-En la corte de Luis XIV había pocas cosas tan importantes como lucir tacones rojos.


Cincinato abandona el arado para dictar leyes a Roma, de Juan Antonio Ribera (1806)

Los tacones fueron un símbolo de estatus para los hombres antes de que los llevaran las mujeres. Lo explica la historiadora Maude Bass-Krueger en un artículo publicado en Google Arts & Culture en el que repasa la historia de este accesorio y que se ha leído y compartido estos días. Además, no es la única prenda que llevaban hombres y que ahora se considera propia de la moda femenina: a lo largo de la historia, también han llevado faldas y maquillaje. ¿Por qué dejaron de hacerlo?
En su texto, Bass-Krueger recuerda que los primeros en llevar tacones fueron los jinetes persas en el siglo X, para mantener las botas en los estribos con más facilidad. En el siglo XVII, la moda de los tacones llegó a los aristócratas europeos, donde se convirtió en símbolo de virilidad y poder militar. La autora se detiene en Luis XIV: “Durante su reinado, cuanto más altos y más rojos eran los tacones, más poderoso era quien los llevaba”. El rey solo permitía los tacones de este color a las personas más cercanas.
En el siglo XVIII los tacones llegan al calzado femenino y acaban rebasando en altura al masculino. Con la Revolución Francesa desaparece el tacón para hombres, ya que se asociaba a la aristocracia. Pero no del todo, como aún se aprecia en algunos modelos de botas.
Federico Antelo Granero, profesor de Historia de la Indumentaria en el Centro Superior de Diseño IED Madrid, recuerda a Verne que hombres y mujeres hemos compartido a lo largo de la historia muchas de las prendas y complementos que hoy consideramos mayoritariamente femeninos: “Desde el antiguo Egipto hay pelucas, maquillaje, faldas, túnicas…”. También ha pasado con colores: el rosa no siempre fue un tono femenino y el azul no siempre se identificó con lo masculino.
Luis XIV con taconazos rojos en un retrato de Hyacinthe Rigaud (1701)
Túnicas, togas y faldas
Las faldas llevan años apareciendo en los desfiles de moda masculina. “Pero no solo en la pasarela -apunta a Verne Elvira González, del Museo del Traje de Madrid-, depende de la tradición, cultura y costumbres de cada lugar”.
También eran habituales en otras épocas: egipcios, griegos, romanos y aztecas llevaban túnicas, togas y faldas, al ser fáciles de fabricar y de llevar. Los pantalones se usaban sobre todo para montar a caballo.
A partir del siglo XIV ya empieza a haber “una diferencia en la confección de prendas para uno u otro sexo”, como escribe Giorgio Riello en Breve historia de la moda. La mayor diversificación también lleva a que la moda se convierta “en un instrumento de rivalidad social” dentro de “una sociedad fuertemente jerarquizada”.
Aun así, los hombres aún no se pasan exclusivamente al pantalón, como muestra el hecho de que en 1701 el zar Pedro I aprobara una ley que obligaba a todos los hombres rusos a llevar pantalones, con la excepción de granjeros y clérigos.
Fragmento de 'La familia de Felipe V', de Jean Ranc (1723)
Seda, pelucas y maquillaje
Durante los siglos XVII y XVIII y, sobre todo, durante el Rococó francés, la indumentaria es especialmente vistosa y decorada. Para ambos sexos, pero sobre todo para las clases acomodadas. El escritor británico Tobias Smollet, citado por Riello, escribía que en París, un inglés que quisiera parecer respetable tenía que sufrir una “metamorfosis total”, y lucir grandes pelucas y trajes de seda con bordados, en lugar de las prendas de lana y franela que se llevaban en Inglaterra.
Y no menciona el maquillaje: igual que la falda, recientemente se han comercializado líneas de maquillaje para hombres, pero a lo largo de la historia encontramos ejemplos de su uso por parte de hombres y mujeres. Por ejemplo, en el antiguo Egipto se usaba el kohl en ojos y párpados, además de maquillaje de ocre rojo para labios y mejillas; en el siglo I d.C. los hombres romanos también se aplicaban pigmento rojo a las mejillas, y en la Francia de los siglos XVII y XVIII se puso de moda no solo el maquillaje, sino también los lunares postizos. Luis XIII ya había popularizado las pelucas, tras quedarse calvo en la veintena (bien jugado, Luis). Además, cubrían la tiña, los piojos y la suciedad. Se empezaron a empolvar en el siglo siguiente, el XVIII.
Durante el Rococó también se llevó el rosa, como se puede ver en estos retratos de Luis XVI. No era una excepción: el rosa se asociaba al rojo, el color de la sangre y del vigor, mientras que el azul se veía más delicado y amable. Como ya hemos contado en Verne, hasta la Primera Guerra Mundial el color más habitual para los bebés era el blanco, no los tonos pastel de rosa y azul. Y después y hasta mediados de siglo, el más habitual para los niños era precisamente el rosa.
Luis XVI (de rosa), dando instrucciones al capitán La Perouse, de Nicolas André Monsiau (1785)
La cárcel de la moda femenina
Por supuesto, esto no quiere decir que las sociedades en las que los hombres llevaban falda o tacones fueran más igualitarias. “Para nada”, subraya Antelo, que vuelve al ejemplo del Rococó: “La indumentaria masculina siempre ha subrayado su papel social, mientras que a la mujer se la ha limitado incluso a través de la vestimenta”. En el caso de esta época, Antelo compara los enormes vestidos y corsés que dificultaban la movilidad de las mujeres a “una cárcel”.
Es más, el uso de encajes, sedas, calzado con tacón, maquillaje y demás por parte de los hombres no suponía la adopción de un rasgo femenino, sino la voluntad de manifestar su estatus. Todas estas prendas estaban asociadas a la masculinidad y al poder. Y es que, como apunta Antelo, la moda refleja la sociedad. Por eso no es de extrañar que, tras el exceso del Rococó y con la Revolución Francesa, se sustituyera el satén por el algodón y se redujera el uso de corsés, entre otros cambios, “con cierta intención de generar igualdad y de borrar las fronteras de clases”.
El dandi y el hombre contemporáneo
En el siglo XIX el pantalón queda por completo identificado como prenda moda masculina. Y no solo la los pantalones: como explica Antelo, la moda contemporánea masculina es heredera de este periodo.
Caricatura de George Bryan Brummell (1805)
Con la aparición del dandi británico, “que surgió como respuesta al modelo anterior, al Rococó de la corte de Versalles”, se comienza a construir “una visión de la masculinidad que ha ido perdurando desde entonces”. Esta nueva tendencia considera que “la elegancia masculina está en la simpleza o la sencillez, aunque si se analiza esta estética, en realidad incluye mucha etiqueta y muchas normas sobre colores, prendas, horas del día, ocasiones…”.
El centro de la moda occidental deja de ser Francia para pasar a ser Inglaterra, sobre todo con su traje de tres piezas. Estos trajes, escribe Riello, son de colores oscuros: negro, gris, marrón verdes oscuros... Desaparecen los colores vistosos, las sedas y los bordados. El dandi no predica el exceso, sino la moderación. El inglés George Bryan Brummell, considerado el arquetipo de este movimiento, escribía que si alguien se giraba para mirarte “es que no vas bien vestido, tu atuendo es demasiado rígido, demasiado sobrio, demasiado a la moda”.
¿Llevaremos falda otra vez?
La moda masculina contemporánea hace décadas que va más allá del traje de tres piezas. Hay más variedad de prendas, accesorios y colores. Pero no parece fácil que volvamos a llevar falda, por mucho que aparezcan de vez en cuando en las pasarelas y, como el verano pasado, en algunas protestas, tanto de trabajadores de transporte franceses como de estudiantes británicos.
El cambio en sentido inverso sí es más habitual: las mujeres no han tenido inconveniente en adoptar prendas masculinas, como en el caso del pantalón. “Se ha asociado al hombre con el poder en todos los ámbitos -dice Antelo-, por lo que cuando una mujer adoptaba estas prendas se entendía como un mensaje de empoderamiento positivo”. En cambio, “si un hombre adoptase ciertos colores o materiales que aún se asocian a lo frágil, a lo que necesita protección, muchos lo seguirían interpretando como un mensaje de debilidad”.
Al respecto, Antelo recuerda los intentos de introducir el maquillaje para hombres: “Recuerdo una línea de maquillaje masculino que se promocionaba hace unos años diciendo que no se notaba. Pero, claro, ¿para qué debería un hombre maquillarse y que no se le note?”. Ha habido excepciones, claro, como David Bowie. Pero no todos somos David Bowie.
Antelo no cree que hombres y mujeres vayamos a vestir igual: “Es posible que veamos cambios en colores, estampados y materiales, pero las morfologías de hombres y mujeres son muy diferentes”. Eso sí, la moda seguirá cambiando, a medida que cambie la sociedad. “Es similar al arte: puedes analizar la sociedad a través de la indumentaria”.
Kurt Cobain en la portada de la revista 'The Face' con un vestido. A la derecha, David Bowie con tacones (Getty)

FUERZAS ARMADAS El GPS de una ‘app’ para hacer ejercicio revela la ubicación de bases secretas del Ejército estadounidense.

EL PAÍS EEUU
Nicolás Alonso

-Los datos, recogidos por pulseras Fitbit, entre otros accesorios, muestran los recorridos de soldados en zonas de conflicto con nitidez.



Salir a correr se ha convertido en una posible amenaza para las fuerzas de seguridad estadounidenses. Un mapa interactivo publicado en Internet por la empresa tecnológica Strava muestra los recorridos que hacen los usuarios de accesorios —como la pulsera Fitbit— para hacer ejercicio. Entre ellos se encuentran centenares de soldados estadounidenses desplegados en zonas de conflicto, según revela el plano, desvelando así la ubicación de bases militares conocidas y secretas en las que están destinados. El Ejército ha anunciado que revisará las reglas para sus tropas sobre el uso de estos dispositivos para evitar que sus enemigos tengan conocimiento de sus desplazamientos.
En el mapa se pueden observar con detalle los desplazamientos geográficos procedentes de los usuarios de este tipo de productos, utilizados para medir el rendimiento el cuerpo al hacer deporte. Gracias a su componente GPS, estos accesorios también pueden informar del trayecto exacto y la distancia recorrida por el usuario. La mayoría de los 27 millones de usuarios están en Europa y Estados Unidos, por lo que el enorme volumen de puntos amarillos, que en el mapa representan el uso de una Fitbit, no sorprenden a simple vista. En otros continentes las luces escasean, reflejando un menor uso de los dispositivos.
Sin embargo, al hacer "zoom" en zonas remotas de conflicto en África u Oriente Medio, donde la presencia de occidentales es minoritaria, unas pequeñas manchas de luz desataron el revuelo este domingo. Expertos, investigadores y periodistas acudieron a las redes para alertar de lo inédito: al contrastar la ubicación de bases militares con los puntos iluminados en el mapa, se podía deducir el lugar y los trayectos exactos que hacen los soldados cuando se ejercitan.
En un comunicado a The Washington Post, el primer diario en reportar esta vulnerabilidad, el Ejército afirmó que revisará las normas que regulan la tecnología digital que usan los efectivos. "El rápido desarrollo de las nuevas tecnologías mejora nuestra calidad de vida pero también supone retos para nuestra seguridad operacional y nuestras fuerzas de protección. Estamos trabajando para refinar nuestras políticas y procedimientos para mitigar esos riesgos", afirmó un portavoz del Comando Central estadounidense.
Tobias Schneider, analista de seguridad y uno de los primeros en llamar la atención sobre el mapa, señaló en Twitter que en Siria, por ejemplo, bases de la coalición anti-ISIS conocidas están muy iluminadas, mientras que las de los rusos brillan ligeramente. Aunque la información publicada no corresponde con los movimientos en tiempo real, presenta una posible amenaza de seguridad para los soldados desplegados en zonas de conflicto ya que ubica su localización y las rutas que recorren cuando hacen deporte o cuando patrullan las inmediaciones de las bases. Algunos expertos también señalaron que la información publicada podría llegar a servir para emparejar las identidades de los soldados con sus desplazamientos.
El mapa fue divulgado en noviembre de 2017, pero no fue hasta este sábado cuando Strava contextualizó la información: registra 1.000 millones de actividades y tres billones de puntos GPS a lo largo de dos años. El nivel de detalle es implacable. Strava defendió en un comunicado que su intención no era poner en riesgo la seguridad de nadie: "La empresa está comprometida a trabajar con el Gobierno y el Ejército para atajar posibles vulnerabilidades". Pero el daño ya está hecho.
El analista de conflictos Nathan Ruser dedicó un hilo de su perfil de Twitter a marcar algunas de las posibles rutas de ejercicio en Siria y Afganistán de personal ruso, estadounidense e incluso turco. Muchos de los puntos de luz se encuentran en los aledaños de conocidas bases militares estadounidenses, como Kandahar (Afganistán). Pero otros, también rodeando misteriosas pistas para aviones, ponen en evidencia la ubicación de bases secretas. Dado que la mayoría de usuarios de estos productos son occidentales, algunos expertos también han señalado en las redes sociales que, en otros casos, los puntos también reflejan la actividad de empleados de ONGs y otro tipo de organizaciones.
En la costa de Somalia, un país en conflicto desde hace más de 25 años, pequeñas rayas amarillas muestran actividad a lo largo de la costa. Un periodista experto en terrorismo informó en Twitter que pequeñas iluminaciones en el mapa muestran la localización de bases de los equipos de operaciones especiales en el Sahel.
La decisión del Ejército de revisar su política sobre estos dispositivos contrasta con su perspectiva hace unos años sobre las Fitbit y accesorios similares. En 2013, según el Post, el Pentágono distribuyó hasta 2.500 de estas pulseras como parte de un proyecto para combatir la obesidad.